Leí “El Túnel” hace unos treces años atrás o un poco más quizá. Pero desde entonces recuerdo que me pareció y me sigue pareciendo una verdadera porquería. Leo poco, porque el poco tiempo que logro organizarme, lo dedico a vivir para aprender a escribir y a resolverme. Recuerdo que a medida que escarbaba cada página de ese libro, esperaba encontrarme con un agujero con un rótulo de “SALIDA” que me permitiera escaparme de él, porque odiaba a Juan Pablo Castel, su inseguridad y toda su existencia. Como mi mamá me enseñó a no dejar nada de comida en el plato, me devoré el libro completo y me indigesté con su trama. Desde ese entonces el nombre de Ernesto Sabato, su autor, figuraba en mi lista negra de escritores a los que no quería volver a leer jamás. Lo sé, fue algo radical e inmaduro de mi parte. No es justo, ni apropiado juzgar a un escritor tan solo por haber leído una de sus obras. Pero qué puedo hacer si soy un lector poco benevolente.
Supongo que van a haber especialistas de la literatura que me van a decir que justo ahí esta la genialidad de la obra. En su capacidad de hacerme sentir lo que sentí. Así que para no entrar en un debate innecesario, digamos que eso es lo único positivo de haber perdido esas horas de mi vida leyendo El Túnel. Punto.
De un tiempo para acá, tengo cierta obsesión buscando formas de aprovechar cada gota de tiempo de la cual dispongo, y fue por esto que en marzo del año pasado (2015) comencé un nuevo ejercicio de entretenimiento y aprendizaje a la vez. Casi todos los días, mientras conduzco hacia la oficina o de regreso a mi casa, conectó mi teléfono al radio y reproduzco en YouTube programas de entrevistas, biografías, documentales, charlas, audiolibros o cualquier otro material valioso que me permita olvidar el tráfico y sacarle el jugo a ese periodo de tiempo que para otros solo sirve para morirse un poco antes de llegar a sus destinos. Me ha resultado tan bueno el experimento, que me ha pasado en repetidas ocasiones que he querido estar unos minutos más en la cola para poder terminar algún programa que ya he comenzado.
Una de esas joyas que encontré y disfruté mucho fue “A Fondo”. Un programa español de entrevistas entre 1976 y 1981, dirigido y presentado por el periodista Joaquín Soler Serrano. Fue en uno de sus episodios donde volví a toparme con Ernesto Sabato. Si hay algo que disfruto de los libros (los pocos que he leído y los muchos otros que conozco por cultura general), es la vida de sus autores. Hay lecciones tan profundas e inspiradoras en sus existencias, que la genialidad de sus obras son solo la guinda en el pastel. Cada escritor tiene un sabor humano distinto y es ahí donde yo encuentro el verdadero deleite, no en las páginas de un libro que puede llegar a decepcionarme. Fue por esta razón que decidí darme la oportunidad de conocer a Ernesto Sabato. No tanto a Sabato, sino a Ernesto realmente.
De los treinta mil y pico de libros que él confesó haber leído en toda su vida, yo quisiera tener a mi disposición los adjetivos más exquisitos y sublimes posibles para poder describir de forma precisa en este texto lo que yo pienso y admiro sobre Ernesto. Pero me basta con un par de palabras sencillas como él, para decir: “que valiosas son para el mundo y la humanidad las personas como Ernesto Sabato.” Una vez que lo escuchas hablar, no podes volver a ser el mismo. No vale la pena volver a ser el mismo, porque el ser y existir dan para mucho más.
Cada entrevista, larga o breve, que he reproducido de él, ha sido como sentarme en un salón de clase donde yo soy el único alumno y frente al salón está él.
Ayer, 30 de abril, hace cinco años, Sabato se mudó de esta vida a la otra que él soñaba y pregonaba con su ejemplo. Y yo no podía dejar pasar esta oportunidad para escribir esto y recordarlo, porque a veces me parece que fuimos amigos. Ojalá que algún día nos topemos por una de las calles donde ahora vive y nos podamos tomar un café para charlar un rato y confesarle lo mucho que lo admiro y respeto.