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Cuentos

El Joven Aprendiz de Nietzsche


 
Anoche conocí a un tipo peculiar. Me lo presentó un amigo escritor. Le contó que yo también escribía. Me preguntó qué clase de cosas escribía. Y le conté sobre mi libro  Versos en Alquiler y lo que estoy escribiendo actualmente. Luego me preguntó que qué pensaba sobre la poesía que se apoyaba en música para darse fuerza y llegar más lejos. Después, parte de mi respuesta, nos llevó a hablar de The Doors y como el destino fue benevolente con el mundo y juntó a Jim Morrison y Ray Manzarek en ese gran proyecto musical. Seguido de esto, tomando en cuenta que habíamos involucrado al destino en nuestra charla, le conté sobre la leyenda japonesa del hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. Vi su cara de asombro mientras le relataba con lujo de detalle de que se trataba dicha leyenda. 
 
¿También sos escritor? – le pregunté.
No. Yo trabajo recogiendo la basura. – me respondió.
¿Pero escribís? – insistí, porque pensé que no había entendido mi pregunta.
Si.
¿Tenes algún blog o algo así?
Nooo… no, solo tomo notas y escribo cosas que analizo, que están fuera de mi alcance y que no comprendo de la vida. Cuando lo hago, uso lápiz y papel. – Y sonrió. Suelo asistir a eventos literarios de vez en cuando y me uno a la gente vulgar y común, donde me siento cómodo y de quienes aprendo. Me vuelvo parte de ellos.
Quisiera leer lo que este tipo escribe – pensé.
 
Por esas cosas de la vida, desde niño comencé a trabajar recogiendo basura. Me llamaba la atención como la gente tiraba tantos libros. Comencé a recolectar todos los que encontraba entre tanto desperdicio.  Me convertí en una especie de bibliófilo. Con el tiempo me di cuenta que yo no quería que la gente me viera como un simple recogedor de basura en los camiones y entonces comencé a aprenderme textos de libros como mecanismo de defensa. Así he conocido mucha gente que me ha apoyado o que también se ha aprovechado de mí.  
 
Aún recuerdo el primer libro que encontré; “La Genealogía de la Moral” de “Federico Nitche”. Abrí el libro y me llevó hasta en medio de sus hojas donde estaba el siguiente texto…

Mientras recitaba en un vaivén cada palabra que surgía de manera majestuosa desde su memoria, solo pude concentrarme en ver como en el vacío de sus ojos cada palabra que salía de su boca tomaba estilo, volumen y cuerpo. Era como una oración que lanzaba al aire, para perderse con el viento y no obtener nunca una respuesta. Recitó casi dos minutos.
 
¡Y algo así, verdad! – interrumpió.
Estoy seguro que sin ningún problema hubiera podido recitar el libro completo, pero no quiso abrumarme y por eso se detuvo.
 
Que afortunados nos volvemos, cuando tenemos el gusto de encontrar personas que todavía tienen esa capacidad de sorprendernos. En especial un escritor anónimo como éste, que dejó en mi memoria un libro en forma de encuentro casual sellado con un autógrafo indeleble.
 
Les comparto la introducción a “La Genealogía de la Moral”. Espero que cuando lean el libro completo encuentren el texto que este caballero me recitó:
 
No nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores. Pero esto tiene su razón de ser. Si nunca nos hemos buscado, ¿cómo íbamos a poder encontrarnos algún día? Con razón se ha dicho: ; nuestro tesoro está donde se hallan las colmenas de nuestro conocimiento. Estamos siempre de camino hacia allí, como animales dotados de alas desde su nacimiento y colectores de la miel del espíritu, y en realidad es una sola cosa la que íntimamente nos preocupa: . En lo que se refiere al resto de la vida, a lo que se ha dado en llamar , ¿quién de nosotros tiene siquiera la seriedad suficiente para ello?,¿o el tiempo suficiente?
En esas cosas, mucho me temo, nunca hemos puesto realmente : no tenemos corazón en ellas, ¡ni siquiera les prestamos atención!
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Del Mismo Equipo

Ayer en el semáforo se acercó un tipo a pedirme una moneda. Se la di. Sonrió y me dijo: “¿Listo para la victoria de hoy?”. Me sentí perdido por un rato. Fuera de lugar porque no entendí lo que me estaba diciendo. Fruncí el entrecejo para pedirle una explicación. Pero como que no le importó. – “¡Siempre nos reunimos a ver los partidos en las vitrinas de la Curacao!” Fue como una invitación la que me estaba haciendo y yo aún no entendía de que me estaba hablando. -“Es el mejor equipo del mundo y jugamos en casa. ¡Vamos a ganar!” aseguró y volvió a sonreír. Las luces del semáforo cambiaron y yo avancé.

Mientras conducía pensaba en la charla a medias que había tenido con ese fulano. Me percate que yo también era un fulano para él. Pero me reconoció como un amigo porque sin darme cuenta, yo llevaba la camisola del que también era su equipo favorito. Hoy tengo ganas de manejar por esa calle otra vez para ver si lo encuentro y contarle que ayer perdimos…

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The_Wanderer_above_the_Mists_1817_18
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El Hombre Que Vió el Tiempo Pasar

The_Wanderer_above_the_Mists (1817-18) – Caspar David Friedrich
¿En que momento me desperdicie tanto? No recuerdo cuando fue exactamente que tire todo por la borda. Siento como que el tiempo fue ese otoño sin prisa ni piedad que se robó lo que era mío. Todo lo marchitó y se lo llevó. Dejé pasar muchos años de mi vida para convertirme en un mediocre y conformista. Un fulano. Un don nadie. Ahora la voluntad que me rige esta cansada, ya no tiene hambre y esta enferma de invierno. Los objetivos que tuve cambiaron. Los motivos son otros. Algunos sueños hasta los olvide, no se donde los puse. Los borre y no me di cuenta.
¿En que momento, por Dios? Si yo tenía muchas ganas de comerme el mundo entero. Y no de un bocado, sino por cucharadas. En dosis pequeñas, que me permitieran disfrutar de su sabor. De su consistencia. De su aroma. Ese plato caliente que solo saben disfrutar los que conocen el triunfo de conquistar batallas a diario y no las ansias inútiles de ganar la guerra a medias.
¿Habrán sido los vicios y las noches que derroche y que no me llevaron a ninguna parte? Porque el cuerpo de una extraña, los residuos de un cigarro y un amanecer herido que se repite, no son un destino ni parte del viaje. Son la banca sucia y vacía de la estación. Ese caminar en sentido contrario para llegar otra vez a uno mismo. Estoy en el mismo punto de donde partí y ahora no se a donde ir.
¿Qué putas pasó? ¿Fue la gente de la que me rodee? ¡Si! Es muy probable que ellos sean los culpables de todo lo que siento ahora. Que lástima que nunca encontré la puerta trasera para huir de sus planes. Me faltaron fuerzas para estar solo por un rato. Era cuestión de confiar un poco más en mí en esos momentos. De decidirme a dar el primer paso. ¡Eso fue! Las malas decisiones que tomé. ¿O fue cuestión de suerte? No sé. Tuvo que ser un accidente del destino. Se equivocó. Es un traidor. Por eso estoy aquí. Pensando que quizás fue la ignorancia que me hizo creer que yo ya era alguien importante antes de tiempo, por codearme con la crema y nata de la nada en esta sociedad. Como si esa mierda a mi me importara.
Son tantas las interrogantes ahora y no tengo una respuesta ni siquiera para una. Quisiera tanto tener una excusa. Poder hacer un borrón y cuenta nueva. Poder dejar ir lo malo en un tragante. En un inodoro que se lleve todo al olvido y me permita volver a empezar.
Creo que definitivamente perdí el talento. He llevado un exceso de equipaje por mucho tiempo que no me sirve de nada ahora. Puros disfraces, recuerdos insípidos, orgullos fríos y trajes poco elegantes que no me dan personalidad y que nunca me quedaron bien. Creo que en la película de mi vida nunca fui un buen actor. No me aprendí el guion. Me doy cuenta que me quede con las migajas del ayer y no me llenaron. Si esta vida terminara ahora, ¿tendría una mejor oportunidad en la siguiente?
¿Dónde esta todo lo que yo tenia y quería ser? ¿Que pasó? 
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Primera Clase

Viajar en avión con un acompañante asignado por el destino, como Edmundo Morales Velásquez, es un lujo.

Un caballero del campo, de unos cincuenta y tantos años de edad, delgado, con un bigote impecablemente bien podado, de aspecto relajado, con un cabello corto de hilo negro que no mostraba lo despiadado que puede ser el tiempo con los años, unas manos que el azadón y el machete habían maltratado en las tareas rutinarias de los sembrados, fue mi compañía en este viaje a las tierras del tío Sam.


Un asiento entre nosotros separó por un momento la amistad pasajera que iba a dar inicio con su acertado comentario – “¡Usted pidió ventana, vee!”- y sonrió para mostrarme como el sol se encendía en el metal que revestía unos cuantos de sus dientes frontales. A veces suelo ser un poco distante con los extraños, por lo que le conteste con una mueca amistosa.


Vi como le pedía a la aeromoza una bolsa plástica oscura para poder meter la botella de Zacapa Centenario que venia empaquetada en otra bolsa transparente. Lo entendi. Este es de los míos, pensé. No es de gente noble como nosotros andar mostrando los brebajes que usamos para quitarnos la vida de a poquito. La guardó y la puso abajo del asiento de en frente para acuñarla con sus botas amarillas campestres que estaban manchadas por algún invierno impío que había sepultado los caminos que lo habían visto andar.

El avión encendió las turbinas, lo que dio oportunidad a Edmundo de soltar otro comentario acertado a la aeromoza que pasaba al lado -“¡Vee! Al que tenia este asiento se le olvido venir!”- y señaló el espacio que traíamos en medio. La aeromoza hizo una mueca y le dijo -“¡si, verdad!”- y él sonrió.

En el intervalo antes del despegue tuve la oportunidad de enseñarle como abrocharse el cinturón, reclinar su asiento y conectar los audífonos para escuchar música. Todo esto me lo pago con una sonrisa. 

Vale la pena mencionar que usó los audífonos de forma poco tradicional. En lugar de coronarlos sobre su cabeza, se los puso hacia abajo como barba y me dijo -“¡puro Lincoln!”- y se tiró una breve carcajada.

Me contó de su viaje por Washington. De las grandes planicies y edificios que pudo admirar y de la oportunidad que tuvo de montar un “caballo pintillo” de verdad, por veinte dólares.

-“¿Y a que se dedica?”- me preguntó.

-“Pues soy espantapájaros”- le dije yo.
-“Ah bueno, trabaja con la tierra entonces al igual que yo – y sonrió.

Pausamos por un momento. Luego se me acercó para preguntarme si ya íbamos sobre el mar. Abrí la ventana y me dijo -“¡Ahí está vee! El agua azul oscuro. Vamos alto.” Esto dio paso a que me compartiera un poco de su conocimiento espacial contándome que mas arriba de donde volábamos ya no hay aire. Por eso nos vamos moviendo lento. -“Si, la gravedad”- le dije yo. Me sonrió como diciendo -“Aaaay que muchacho tan sonso este”.

Cuando la aeromoza pasó sirviendo las bebidas, Edmundo me dijo: -“Ahí nos van abrir la mera buena. ¡El piquetillo!”- y sonrió. Pidió  insistentemente un trago, a la espalda voluptuosa de la aeromoza, quien descortésmente le repitió tres veces -“¡Permítame, por favor!”. Debo confesar que sentí un poco de desagrado hacia la dama que había tratado mal a mi amigo. Seguidamente, ella dio un paso atrás, se inclinó para dirigir su atención hacia Edmundo y le preguntó -“¿Que desea tomar? -“Un güisqui con hielito y Coca Cola”. -“¡Jaa!” -pensé. ¡Un “caballo negro” para tan respetable jinete! Como no me lo pude imaginar antes.


Alcé mi vaso de jugo de manzana para brindar con mi nuevo camarada y note como Fana Robles, esposa de Edmundo, me veía desde la otra fila con esas miradas que tienen las mujeres cuando saben que uno es mala junta. -“¡Salud!” – dijo mi amigo. Y volteé a ver a su mujer como sacándole la lengua con la mirada. -“¡Salud!”.

Ustedes se preguntaran como asumí que esa mujer era su esposa. Sencillo, ninguno de los dos tenia argollas de matrimonio en sus manos, pues allá en donde a la tierra y al cielo los unen el sol y la luna, el verdadero compromiso de amarse se hace con el corazón. Con eso basta para jurarse amor eterno. 

Hicimos silencio mientras degustábamos del banquete de sandwich de carne, ensalada rusa y un alfajor que probablemente habían comprado en alguna nube por la que pasamos, porque estaba exquisitamente elaborado, como si lo hubiesen hecho en la gloría. Me comí dos.

Interrumpió el ron roneo de las turbinas para decirme -“¡Este trago no estaba bueno! Como que tenia mucho hielo y poco güisqui. Sabía como acido y estaba hediondo”. A lo que respondí -“Por eso yo siempre cargo el mío ya preparado bajo mi saco” y me sonrió como asegurando que sabía a lo que me refería.

-“¿Cuanto faltará?” – me preguntó. En mi interior no quería responderle porque la charla era demasiado amena para mí. 
Pensó, hizo cálculos y me dijo -“
Como ya nos dieron merienda y café, ya falta poco”. A escasos minutos habló el piloto para anunciar el descenso. Para haber viajado solamente cinco veces, parecía que ya tenía toda la travesía muy bien calculada.

Cuando llegó la hora de despedirnos me dijo -“Ha sido un gusto”- y yo le dije -“No mi amigo, ha sido un viaje en primera clase”- y le sonreí de vuelta, mientras el me hizo una mueca amistosa de regreso.

En este viaje de dos horas aprendí que las nubes son de lana, los cinturones del avión sirven para apretarlo a uno como si fuera leña, que las lecciones de vuelo no las reciben solo los principiantes, sino también los que creen saber volar y que cuando uno tiene que referirse a la inteligencia de alguien, se le debe de llamar esencia.







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El Arma en el Corazón

Solía levantarse muy temprano cada mañana. Él ya era parte de la rutina de todos los gallos que salían a cantar en la cuadra bajo los restos de una luna que ya se miraba cansada y un cielo nocturno casi desmayado. Se quedaba sentado por unos minutos al lado de la cama meditando sobre lo afortunado que era de poder abrir los ojos y tener otra oportunidad de vivir un día más. Se persignaba alzando su vista al techo de lámina vieja y oxidada y le daba gracias a la Virgencita: “Dios te salve, María… y a mi también”.
Volteó sus ojos y vio que su mujer ya no estaba en la cama como de costumbre. Se puso de pie y fue hacia la cocina. Le pidió un café a su vieja madre que estaba parada al lado del fogón dándole vuelta a las tortillas mientras masticaba una que ya estaba tostada: – “Me regalas una tacita de café, Mama, por favor”. Se dirigió hacia la diminuta sala donde se acomodaban sus cinco hijos para dormir. Con una voz aun dormida les dijo: “¡Levántense patojos, no sean haraganes!. Que echados no se van hacer millonarios”. La más grande se levantó y despertó a los dos más pequeños. Los dos de en medio también se despertaron y continuaron con su rutina mañanera. Los minutos se hicieron horas.

 Mientras él terminaba de remojar su champurrada en los restos del café en su taza, salió a calentar su moto afuera de la casa. Logró ver como el horizonte al final de la calle inclinada se llevaba a sus hijos por las aceras de una realidad cruda y a veces tan violenta que se vive en esta ciudad. Se sacudió las migajas de pan alrededor de su boca y regreso a la cocina para dejar su taza y darle un beso en la frente a su Mamá: “¡Como la quiero viejita chula! Que Dios me la proteja”. Se subió en su moto, se volvió a persignar y acelero decidido a ganarse el pan de cada día como muchos lo hacemos en un día cualquiera.

El tráfico de Lunes por la mañana estaba en su hora pico. Justo ahí, donde la paciencia se comienza a perder y la poca cortesía entre conductores crea esos pequeños callejones en forma de laberinto entre un carro y otro. El dragón de mil cabezas que quiere pensar con una. Entre la cortina de humo, él llevaba la mirada enfrascada en varios pensamientos detrás del casco. El ruido del motor de su moto enmudecía el desorden a su alrededor, pero lo que llevaba en su cabeza le perforaba sin descansar como un pájaro carpintero que no tiene prisa. Pensaba en lo vieja que estaba su madre y en la vida que nunca le pudo dar y que tanto se merecía. En el fantasma alcohólico de su padre que se había ido a destruir otros hogares hace muchos años y que nunca regresó.  En la sombra de una extraña que se había convertido su mujer a quien solo veía antes de ir a dormir para pelearse al momento de pedirle gasto para pagar las deudas. Y en sus dos hijos más pequeños. Pensaba si estos correrían la misma suerte de los tres mayores teniendo que buscar una oportunidad con la única experiencia que deja el sexto grado escolar para poder ser alguien en la vida. Se sintió pequeño. Pero ese mundo era por el que el luchaba y era todo lo que el tenia. Era aquel rito existencial de las mañanas, la lámina picada de su techo, la taza de café ralo sin vitaminas, las grietas que había dejado el tiempo en el rostro de su Mamá y aquel horizonte quebrado que le robaba cada mañana un poco de sus hijos. Sintió como las respiraciones cortas le ahogaban el alma, mientras aceleraba su motor. Vio la hora y le echo un vistazo al semáforo que muy pronto le haría cambio de luces a rojo para frenarle otra vez los sueños que tuvo de chico de poder ser un piloto en una aerolínea muy importante cuando fuera adulto. La luz cambio, al igual que su vida. Escuchó entre tanto ruido como el corazón se le hizo sencillo en monedas de centavo. Frenó y se derramo la adrenalina de su motor. Se llevo la mano bajo la camisa para ver si aun latía la caja de música que todos llevamos dentro. Aprovechó para sacarse la 3.57 que escondía en su pecho y somatando la ventana del carro que estaba estacionado a su derecha, soltó el llanto aterrador y dijo: “¡Dame tu celular y tu bolsa, pendeja, o te mato!”. Siempre supo en ese momento que la vida no era injusta, que era solamente una verdadera hija de puta y él no era lo que una vez de niño soño ser cuando fuese grande. Se habia convertido en el desprecio en carne viva al cual siempre le tuvo miedo.

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El Hombre Que Nunca Estaba Solo

“¡Yo nunca estoy solo! Siempre estoy rodeado de gente. Personas que necesitan o quieren estar conmigo. No se, creo que encuentran en mi, muchas cualidades y defectos que les hacen falta y que admiran de una u otra manera. Ven en mi una puerta grande que tiene un rotulo con letras encendidas que dice ***Salida, hui por aquí, la vas a pasar como nunca en tu puta vida***. Si, soy como una fiesta ambulante, un tren lleno de pasajeros, un verdadero espectáculo en vivo… soy ese camarada que nunca le falla a la noche ni a las malas compañías, ¿me entendes? Soy como ese escote en “v” que no pueden evitar los don nadie y esa retorica al oído que seduce a las cualquiera. Ese soy yo, ¿que puedo hacer? ¿Cambiar? No! Ya estoy demasiado viejo para comenzar otra vez y el mundo necesita diversión y yo siempre estoy de moda. Y no! Esto no tiene nada que ver con ser un narcisista o con esas idioteces del egocentrismo. Eso es para los artistas de la farándula y otros fanfarrones que no tienen identidad. Yo no soy ficción. Soy de carne, hueso y otros vicios, ¿ves? Estoy a una llamada de sucederte. Cuando te dicen que la suerte esta echada, soy yo quien lo decidió. Vos y yo sabemos que conquistar la noche no es fácil. Además Caperucita siempre necesitó del lobo para contar un cuento increíble. 

A mí siempre me gusto llamar toda la atención desde que era un niño. A todos nos gusta. Es solo que algunos no lo saben o se les marchito. Sé lo importante que es para algunas personas que las escuchen y las tomen en cuenta… que las admiren. Es por eso que en algunas ocasiones les concedo un poco de esto a todos aquellos que me conocen y ellos a la vez me lo dan de vuelta. Es como un pacto en el que todos nos sentimos afortunados de habernos encontrado. Debes saber que esto solo se aprende en las calles y en las barras de esta ciudad que no tiene piedad pero que si tiene personas como yo. Creo que ya soy parte de su cultura.

Siempre voy de lugar en lugar en busca de una silla que se parezca a la de siempre. Pido una mesa grande y redonda donde quepa la mitad del mundo. Y por si acaso, siempre le acomodo un par de vasos y sillas de más. La mesa debe ser redonda, porque me considero una persona justa, equitativa, que cree que el horizonte que divide al anfitrión de sus invitados debe ser igual desde cualquier perspectiva de donde se levante un trago para brindar. Soy yo el que siempre acecha el momento menos oportuno para dar inicio a esas charlas cortas que son de interés, aunque no tienen transcendencia y que se dan bajo la luz callada de la intimidad que propician los espectadores. Si, esas platicas que se improvisan porque no hay tiempo para elaborar algo mejor. Al final así es la vida ¿o no? La noche y las botellas no son eternas y siempre nos persigue algún amanecer. 

No se vos, pero yo disfruto de esta fama a corto plazo, del humo del cigarro, del champagne en polvo, de la música que a veces habla por vos y vos con ella, de la cristalería barata que se rompe por accidente y que suena a fiesta y del duelo por debajo de la mesa entre mis manos sin modales y las piernas recatadas del destino. Todo esto es un preludio perfecto de un vals para dar inicio a la velada siguiente, a la escena de acción en una cama en sequia o solamente para hacerle un guiño a la resaca que me llevara a otra fiesta el día después. 

Y cada película queda grabada en servilletas de papel. Con guiones baratos, actores ficticios, labios para fumar y números telefónicos de emergencia. Son como las huellas digitales que quedaron en la escena del crimen de cada noche anterior. Son migajas que hacen un camino para llevarme a las memorias que olvide sin pagar la cuenta. Nunca las guardo. Es de mala educación y aunque no creas, todavía tengo esperanza de ser un caballero. Además prefiero encontrarme a esas personas en algún otro lugar y pretender que nos conocemos de siempre y que tenemos años de no vernos. La belleza de la casualidad que la naturaleza humana tanto disfruta. Pero basta no hablemos más de mí. O vas a creerte mi reputación. No soy tan mala persona como dicen. Y no te preocupes, yo pago. Salud.”
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Hable con Dios la otra Mañana

“Tan bonito ke es esto de escribir… te lleva a veces a dar una vuelta al pasado para invitarte a recordar. El 15 de noviembre del 2004 (y lo se tan exacto porke el archivo asi lo tenia descrito en Mis Documentos), nacio este juego de palabras, ke no es nada mas ke una revelación del lado bueno de mi conciencia y de mi percepción de lo ke kizas creo ke es correcto sobre varios aspectos de la vida… ¿o será ke realmente hable con Dios la otra mañana?”

Sentado en el escritorio de mi cuarto, solo… se me ocurrio hacerle una entrevista al personaje mas polémico del mundo:

Cuenteme un poco de usted…
le gusta la champaña?
– prefiero un té…
le gusta el fut?
– pues mas el base …
y ke puede decirme usted del corazón?
– poco sexo y mas amor
o sea ke el amor si es…?
-claro, dos almas en intersección
y ke me dice de toda esta creación?
-que de mis obras de arte ha sido la mejor…
y porke tanta perfección?
– solo imagínate, fue parte de la emoción…
y de mis pecados?
– te los compro todos a cambio de un perdón,
y de mi voluntad?
– no pienses mucho y mas acción,
y de la muerte?
– es ke tan solo he kerido verte,
y de la vida?
– es mas tuya ke mía,
y de lo ke siempre kise y no fue para mi?
-ya hace mucho ke te lo di,
y de mis enemigos ke me puede decir?
-ke no los he visto pasar por aki,
o sea ke también conoce el rencor y la venganza?
– no, es tan solo ke la justicia es una balanza.

Bueno pues, le doy las gracias por este encuentro.
– y Yo a ti por llevarme adentro.

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Una Aventura con Pedro Pan

Ayer fue jueves verde,
Como queriendo ser Viernes.
Me dio libertad condicional mi esposa,
Y Guatemala tenia de musica de fondo…
el tema de la pantera rosa.

Yo versus la noche,
Gallo en mano,
Y Esperanto se convirtio en la mejor guarida
para tan elegante villano.

Y al final no quedo en duda ke el amor es un oficio,
La tolerancia un curso de carrera universitaria,
La tentacion el peor vicio,
Y que no hay porke ir al pasado para darle
al futuro un buen inicio.
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Tengo un Blog…

Yo necesito, callo, amo, pienso, escondo, veo, sexo, fallo, admiro, doy, creo, intento, canto, complico, siento, perdono, escribo, olvido, vivo, entiendo, enojo, robo, espero, imagino, duelo, culpo, prometo, insisto, viajo, critico, desobedezco, odio, diseño, cambio, reto, disfruto, arruino, extraño, miento, invito, descuido, puedo, aburro, quisiera, sonrio, limito, temo, conozco, peco, insinuo, tengo, recuerdo, lamento, inspiro, decido, afecto, comento, soy, por eso abri este blog.

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