Anoche conocí a un tipo peculiar. Me lo presentó un amigo escritor. Le contó que yo también escribía. Me preguntó qué clase de cosas escribía. Y le conté sobre mi libro Versos en Alquiler y lo que estoy escribiendo actualmente. Luego me preguntó que qué pensaba sobre la poesía que se apoyaba en música para darse fuerza y llegar más lejos. Después, parte de mi respuesta, nos llevó a hablar de The Doors y como el destino fue benevolente con el mundo y juntó a Jim Morrison y Ray Manzarek en ese gran proyecto musical. Seguido de esto, tomando en cuenta que habíamos involucrado al destino en nuestra charla, le conté sobre la leyenda japonesa del hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. Vi su cara de asombro mientras le relataba con lujo de detalle de que se trataba dicha leyenda.
¿También sos escritor? – le pregunté.
No. Yo trabajo recogiendo la basura. – me respondió.
¿Pero escribís? – insistí, porque pensé que no había entendido mi pregunta.
Si.
¿Tenes algún blog o algo así?
Nooo… no, solo tomo notas y escribo cosas que analizo, que están fuera de mi alcance y que no comprendo de la vida. Cuando lo hago, uso lápiz y papel. – Y sonrió. Suelo asistir a eventos literarios de vez en cuando y me uno a la gente vulgar y común, donde me siento cómodo y de quienes aprendo. Me vuelvo parte de ellos.
Quisiera leer lo que este tipo escribe – pensé.
Por esas cosas de la vida, desde niño comencé a trabajar recogiendo basura. Me llamaba la atención como la gente tiraba tantos libros. Comencé a recolectar todos los que encontraba entre tanto desperdicio. Me convertí en una especie de bibliófilo. Con el tiempo me di cuenta que yo no quería que la gente me viera como un simple recogedor de basura en los camiones y entonces comencé a aprenderme textos de libros como mecanismo de defensa. Así he conocido mucha gente que me ha apoyado o que también se ha aprovechado de mí.
Aún recuerdo el primer libro que encontré; “La Genealogía de la Moral” de “Federico Nitche”. Abrí el libro y me llevó hasta en medio de sus hojas donde estaba el siguiente texto…
Mientras recitaba en un vaivén cada palabra que surgía de manera majestuosa desde su memoria, solo pude concentrarme en ver como en el vacío de sus ojos cada palabra que salía de su boca tomaba estilo, volumen y cuerpo. Era como una oración que lanzaba al aire, para perderse con el viento y no obtener nunca una respuesta. Recitó casi dos minutos.
¡Y algo así, verdad! – interrumpió.
Estoy seguro que sin ningún problema hubiera podido recitar el libro completo, pero no quiso abrumarme y por eso se detuvo.
Que afortunados nos volvemos, cuando tenemos el gusto de encontrar personas que todavía tienen esa capacidad de sorprendernos. En especial un escritor anónimo como éste, que dejó en mi memoria un libro en forma de encuentro casual sellado con un autógrafo indeleble.
Les comparto la introducción a “La Genealogía de la Moral”. Espero que cuando lean el libro completo encuentren el texto que este caballero me recitó:
No nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores. Pero esto tiene su razón de ser. Si nunca nos hemos buscado, ¿cómo íbamos a poder encontrarnos algún día? Con razón se ha dicho: ; nuestro tesoro está donde se hallan las colmenas de nuestro conocimiento. Estamos siempre de camino hacia allí, como animales dotados de alas desde su nacimiento y colectores de la miel del espíritu, y en realidad es una sola cosa la que íntimamente nos preocupa: . En lo que se refiere al resto de la vida, a lo que se ha dado en llamar , ¿quién de nosotros tiene siquiera la seriedad suficiente para ello?,¿o el tiempo suficiente?
En esas cosas, mucho me temo, nunca hemos puesto realmente : no tenemos corazón en ellas, ¡ni siquiera les prestamos atención!