Cuentos

El Hombre Que Nunca Estaba Solo

“¡Yo nunca estoy solo! Siempre estoy rodeado de gente. Personas que necesitan o quieren estar conmigo. No se, creo que encuentran en mi, muchas cualidades y defectos que les hacen falta y que admiran de una u otra manera. Ven en mi una puerta grande que tiene un rotulo con letras encendidas que dice ***Salida, hui por aquí, la vas a pasar como nunca en tu puta vida***. Si, soy como una fiesta ambulante, un tren lleno de pasajeros, un verdadero espectáculo en vivo… soy ese camarada que nunca le falla a la noche ni a las malas compañías, ¿me entendes? Soy como ese escote en “v” que no pueden evitar los don nadie y esa retorica al oído que seduce a las cualquiera. Ese soy yo, ¿que puedo hacer? ¿Cambiar? No! Ya estoy demasiado viejo para comenzar otra vez y el mundo necesita diversión y yo siempre estoy de moda. Y no! Esto no tiene nada que ver con ser un narcisista o con esas idioteces del egocentrismo. Eso es para los artistas de la farándula y otros fanfarrones que no tienen identidad. Yo no soy ficción. Soy de carne, hueso y otros vicios, ¿ves? Estoy a una llamada de sucederte. Cuando te dicen que la suerte esta echada, soy yo quien lo decidió. Vos y yo sabemos que conquistar la noche no es fácil. Además Caperucita siempre necesitó del lobo para contar un cuento increíble. 

A mí siempre me gusto llamar toda la atención desde que era un niño. A todos nos gusta. Es solo que algunos no lo saben o se les marchito. Sé lo importante que es para algunas personas que las escuchen y las tomen en cuenta… que las admiren. Es por eso que en algunas ocasiones les concedo un poco de esto a todos aquellos que me conocen y ellos a la vez me lo dan de vuelta. Es como un pacto en el que todos nos sentimos afortunados de habernos encontrado. Debes saber que esto solo se aprende en las calles y en las barras de esta ciudad que no tiene piedad pero que si tiene personas como yo. Creo que ya soy parte de su cultura.

Siempre voy de lugar en lugar en busca de una silla que se parezca a la de siempre. Pido una mesa grande y redonda donde quepa la mitad del mundo. Y por si acaso, siempre le acomodo un par de vasos y sillas de más. La mesa debe ser redonda, porque me considero una persona justa, equitativa, que cree que el horizonte que divide al anfitrión de sus invitados debe ser igual desde cualquier perspectiva de donde se levante un trago para brindar. Soy yo el que siempre acecha el momento menos oportuno para dar inicio a esas charlas cortas que son de interés, aunque no tienen transcendencia y que se dan bajo la luz callada de la intimidad que propician los espectadores. Si, esas platicas que se improvisan porque no hay tiempo para elaborar algo mejor. Al final así es la vida ¿o no? La noche y las botellas no son eternas y siempre nos persigue algún amanecer. 

No se vos, pero yo disfruto de esta fama a corto plazo, del humo del cigarro, del champagne en polvo, de la música que a veces habla por vos y vos con ella, de la cristalería barata que se rompe por accidente y que suena a fiesta y del duelo por debajo de la mesa entre mis manos sin modales y las piernas recatadas del destino. Todo esto es un preludio perfecto de un vals para dar inicio a la velada siguiente, a la escena de acción en una cama en sequia o solamente para hacerle un guiño a la resaca que me llevara a otra fiesta el día después. 

Y cada película queda grabada en servilletas de papel. Con guiones baratos, actores ficticios, labios para fumar y números telefónicos de emergencia. Son como las huellas digitales que quedaron en la escena del crimen de cada noche anterior. Son migajas que hacen un camino para llevarme a las memorias que olvide sin pagar la cuenta. Nunca las guardo. Es de mala educación y aunque no creas, todavía tengo esperanza de ser un caballero. Además prefiero encontrarme a esas personas en algún otro lugar y pretender que nos conocemos de siempre y que tenemos años de no vernos. La belleza de la casualidad que la naturaleza humana tanto disfruta. Pero basta no hablemos más de mí. O vas a creerte mi reputación. No soy tan mala persona como dicen. Y no te preocupes, yo pago. Salud.”
Frank Pineda

Frank Pineda

Soy un escritor aficionado hecho en Honduras, pero distribuido en Guatemala. Me gusta mucho escribir poesía, cuentos cortos y reflexionar sobre las cosas más pequeñas de la vida. No tomo café, no tengo un gato y viajo ligero sin exceso de equipaje.

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